PAU CASALS
SE habla cada vez más de la crisis por la que atraviesa la escuela actual. Profesores y padres se quejan del deterioro progresivo del nivel educativo. En los medios de comunicación aparecen continuamente noticias acerca de los niveles crecientes de fracaso escolar, de los continuos casos de violencia, agresividad y acoso que protagonizan los alumnos, de las bajas laborales y depresiones del profesorado. Se oye hablar de la caída en picado del nivel a causa del vaciado de contenidos intelectuales y éticos. Las autoridades proponen diferentes medidas de refuerzo de la escolarización, como destinar más dinero a «educación», contratar más profesorado, aumentar la ratio de ordenadores por alumno, aumentar la jornada lectiva o alargar el año académico. ¿Sirven estas medidas realmente de algo? ¿Qué está sucediendo realmente?
A lo largo de mis casi ocho años como profesor de matemáticas en diferentes centros de enseñanza secundaria tuve que enfrentarme a la frustración de ver cómo alumnos con aptitud para rendir más estaban condenados a rendir a un nivel correspondiente, en el mejor de los casos, al de un curso muy aguado para alumnos de dos años menos de edad de mi época, y a la frustración de no poder hacer nada para que los alumnos que no deseaban estar allí, a los que se debería permitir mejores opciones que no les hicieran perder el tiempo, no rompieran el ambiente de trabajo. Vi claramente cómo el ambiente escolar, que John T. Gatto califica en mi opinión muy acertadamente como psicopático, era negativo tanto para mis alumnos como para mí. No veía sentido a mi trabajo, que yo ingenuamente pensaba que consistía en enseñar y despertar el interés por las matemáticas, pero que acababa reduciéndose, a pesar de mis esfuerzos, a hacer una labor más parecida a la de un policía. Finalmente la depresión acabó haciendo que abandonara. A mi modo de ver, los recursos humanos y materiales invertidos en «mejorar» el sistema no servían de nada. Tanto el nivel del contenido intelectual como el de comportamiento civilizado se habían degradado paralelamente a la implantación de reformas.
Cuando llevaba por lo menos dos años fuera del mundo docente, tuve
ocasión de
leer la obra del Sr. Gatto, puesta en línea en Internet. El impacto
que me
produjo fue tremendo. Sin dejarse influir por las ideas de la propaganda
oficial, un ex profesor diseccionaba la naturaleza de la escuela obligatoria
en los EEUU. Encontré que sus análisis y conclusiones acerca del mundo
de
la escolarización me parecían perfectamente trasladables al otro lado
del
Atlántico.
Por un lado la historia de la
escolarización obligatoria en los Estados Unidos tiene sus orígenes en
prácticas procedentes de Europa que también nos influyeron aquí;
y por otro
la estructura y métodos del sistema educativo norteamericano, han tenido,
tienen y seguramente seguirán teniendo una enorme influencia en las
reformas de la escolarización que seguimos acá.
De ahí que me decidiera a traducir este libro, destinado en
principio a
lectores norteamericanos, y pensara en
la posibilidad de alterar el título original
(Underground history of American Education).
La lectura del presente libro proporciona una perspectiva de la escolarización obligatoria diferente de la comúnmente aceptada. Creo que habría que remontarse a La desescolarización de la sociedad, una obra hace tiempo agotada (al menos en papel, pero accesible en Internet) de Iván Illich (1926-2002), para encontrar en español una crítica semejante a la institución escolar. En la obra de Gatto reaparecen muchas ideas expuestas por Illich, pero creo que Gatto tiene de su parte la experiencia de haber pasado treinta años en las aulas como profesor y la habilidad para ilustrar amenamente sus ideas, al modo de un consumado conferenciante, citando pasajes fruto de una vasta cantidad de lecturas.
Gatto desenmascara a la Escuela como la base de una nueva Iglesia laica, una Iglesia que como hacía la Iglesia en el Antiguo Régimen, apuntala a un neofeudalismo contemporáneo a cambio de recibir sus privilegios. El gran problema es que la religión que predica es radicalmente incompatible con los fundamentos de la civilización occidental, ya que niega al individuo el protagonismo para desarrollarse y construir su propia vida. Por ello este libro destaca señaladamente de entre otros libros críticos con la escuela, pero que sin embargo no dan el paso de reclamar el derecho a apostatar de la religión de la escuela obligatoria. ¿Es legítimo que el Estado imponga una religión, cuyo resultado es convertir a los individuos en seres sumisos, dependientes, carentes de iniciativa y de responsabilidad, y que aspiran a vivir como simples engranajes al servicio de una economía de consumo que a su vez beneficia a un poder corporativo en simbiosis con el poder político? ¿No se debería al menos dar opción a los niños a seguir las vías alternativas de formación intelectual y del carácter que sus padres crean las mejores para ellos?
La lectura del presente libro proporciona una perspectiva de la escolarización obligatoria diferente de la comúnmente aceptada. Creo que habría que remontarse a La desescolarización de la sociedad, una obra hace tiempo agotada (al menos en papel, pero accesible en Internet) de Iván Illich (1926-2002), para encontrar en español una crítica semejante a la institución escolar. En la obra de Gatto reaparecen muchas ideas expuestas por Illich, pero creo que Gatto tiene de su parte la experiencia de haber pasado treinta años en las aulas como profesor y la habilidad para ilustrar amenamente sus ideas, al modo de un consumado conferenciante, citando pasajes fruto de una vasta cantidad de lecturas.
Gatto desenmascara a la Escuela como la base de una nueva Iglesia laica, una Iglesia que como hacía la Iglesia en el Antiguo Régimen, apuntala a un neofeudalismo contemporáneo a cambio de recibir sus privilegios. El gran problema es que la religión que predica es radicalmente incompatible con los fundamentos de la civilización occidental, ya que niega al individuo el protagonismo para desarrollarse y construir su propia vida. Por ello este libro destaca señaladamente de entre otros libros críticos con la escuela, pero que sin embargo no dan el paso de reclamar el derecho a apostatar de la religión de la escuela obligatoria. ¿Es legítimo que el Estado imponga una religión, cuyo resultado es convertir a los individuos en seres sumisos, dependientes, carentes de iniciativa y de responsabilidad, y que aspiran a vivir como simples engranajes al servicio de una economía de consumo que a su vez beneficia a un poder corporativo en simbiosis con el poder político? ¿No se debería al menos dar opción a los niños a seguir las vías alternativas de formación intelectual y del carácter que sus padres crean las mejores para ellos?
Uno es el del
empresario Tomás
Pascual, fallecido no hace muchos años.
Tomás Pascual comenzó a los doce años vendiendo bocadillos en
una
estación de tren y ayudando en la cantina de su familia. Más tarde
iría
recorriendo los pueblos de alrededor para ver ocasiones de negocio y hacerse
con una clientela. Con el tiempo llegó a desarrollar un grupo alimentario
que
da empleo a casi 5000 personas y que factura anualmente más de mil millones
de
euros. El otro es el del luthier David Bagué,
que también a los doce años
decidió que quería dedicarse a construir violines. El ambiente
favorable de su
hogar y la posibilidad que le ofrecía su barrio, el barcelonés barrio
de
Gràcia, de entrar en contacto con
artesanos como talladores, ebanistas, doradores, varios de ellos nacidos en
el siglo XIX, con 80 ó 90 años cumplidos, le
facilitó el acceso a
una
tradición artística y técnica que permitió que hoy en
día
David Bagué tenga un enorme prestigio en todo el mundo como
luthier.
¿Cómo se podrían haber desarrollado las vidas de estas personas,
si sólo
hubieran podido contar con las limitadas posibilidades ofrecidas por la
escolarización
oficial, de «socializarse» sólo con otros niños
de su misma edad, aislados de la sociedad real, haciendo labores con poca
relación con el mundo real, prácticamente sin
opción a poder apasionarse por tareas que ellos mismos hubieran elegido
hacer y explorar sus propias capacidades? ¿Hubieran podido llegar a donde
llegaron si hubieran tenido que
depender de la consecución de un título académico que les
habilitase
para ser colocados en un mundo laboral
corporativizado y estrictamente
jerarquizado? ¿Acaso la escolarización está para
impedir que surjan
nuevos Shakespeare, Miguel Ángel o Beethoven, como aseguraba Casals que
era
posible?ivoox parte 1
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